La pobreza extrema, que este año incluyó sequía —lo cual dañó cultivos de maíz en el corredor seco del país—, ha propiciado una crisis alimentaria que se ha cobrado la vida de al menos 25 personas y podría empeorar en las próximas semanas, a medida que mermen las cosechas de autoconsumo.
El problema de la desnutrición en Guatemala no es nuevo. Año con año, diferentes entidades —entre estas, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia— han afirmado que la mitad de los niños del país padecen desnutrición crónica.
Esta enfermedad, causada por una dieta diaria escasa en proteínas, impide el desarrollo normal de los menores y retrasa su crecimiento, lo que limita la posibilidad de ser una persona “normal”. El daño que causa la desnutrición crónica es irreversible después de los cinco años.
La canícula prolongada dejó este año pérdidas en cultivos de las zonas bajas del corredor seco, lo cual influyó en la cantidad de casos de desnutrición aguda. Esa situación podría ser más dramática si las autoridades no toman medidas de inmediato.
Tragedia humana
La cifra oficial de muertos por esa causa llegó el jueves recién pasado a 25, luego de que en Jalapa falleció por desnutrición Carlos Ramírez López, de solo 6 meses, aunque expertos señalan que el subregistro de casos es muy grande.
La crisis alimentaria de este año en Jalapa, Baja Verapaz, Zacapa, Chiquimula, Izabal, Jutiapa y Santa Rosa evidenció un problema estructural, como la pobreza extrema, y otro de coyuntura, como la sequía, que al dañar cultivos muestra lo vulnerable de la población.
La pobreza extrema se puede ejemplificar en el caso de Irlando Ramírez Esquivel, quien nació el 18 de febrero último en su vivienda, en el caserío El Filo, aldea Talquesal, Jocotán, Chiquimula.
Ramírez reside con sus padres y cuatro hermanas en una humilde casa de 25 metros cuadrados, construida con bajareque —barro sostenido con caña—. “Él padece desnutrición aguda severa”, cuenta su madre, Albertina Esquivel, 39. Ya perdió el cabello, y sus extremidades están demasiado delgadas.
Su padre es jornalero, y cuando consigue trabajo ocasional gana Q20 diarios, la misma cantidad que necesita para pagar el pasaje cuando lleva a su hijo al Centro de Salud de la cabecera municipal, a dos horas de distancia.
A esto hay que añadir que el precio del maíz en la comunidad es de Q1.60, que también subió por la escasez del grano.
“¿Por qué Dios nos habrá hecho tan pobres?”, pregunta Albertina a su esposo, cuando la desesperación se hace presa de ella, al ver la situación de su hijo, y cuando la dieta de su familia se limita a tortillas y hierbas silvestres con sal.
“A mis hijos más chiquitos les toca una tortilla; a los medianos, tortilla y media; y a nosotros, los grandes, tres tortillas”, explica.
Comen carne una vez al año, durante la cosecha, cuando logran unos centavos extras.
La sequía en esa parte alta de Chiquimula no ha sido problema, porque ha habido lluvia, aunque no como los campesinos quisieran.
Corredor seco
La falta de lluvia afectó las zonas bajas del corredor seco del país, donde se ha dañado la cosecha y ha puesto en riesgo a miles de personas.
En varias comunidades de San Agustín Acasaguastlán, El Progreso, por ejemplo, la población subsiste con lo poco que la sequía no les arrebató.
Allí, en las áridas tierras del caserío San Antonio, reside María Antonia Vásquez, 17, con su hijo Édgar Leonardo, 1. Él padece desnutrición aguda, perdió el cabello y las escoriaciones en su piel son visibles. No es para menos. Su dieta consiste solo en agua de masa.
María Antonia asegura que su pobreza se agravó con la sequía, ya que solo recuperaron cinco costales de mazorca en la pequeña parcela que cultivó su esposo.
A varios kilómetros de ese lugar, en la aldea Los Planes, San Juan Ermita, en la parte baja de Chiquimula, José Antonio Romero cuida lo poco que quedó de su cosecha de maíz, de la cual perdió la mitad.
“Antes cultivaba 45 quintales en este terreno. Por la poca lluvia, este año solo serán 15 quintales. Esta escasez ha disparado el precio del maíz a Q150 el quintal”, lamentó.
La poca oferta de maíz este año ha incrementado los precios de ese grano, y eso lo hace casi inaccesible para las familias en extrema pobreza.
Esta situación es difícil de entender en el resto del mundo. La revista inglesa The Economist, en un artículo reciente, la calificó de “una vergüenza nacional”, puesto que, de acuerdo con la publicación, es poco entendible que muera gente por desnutrición en un país donde “abundan mansiones cerradas, imponentes centros comerciales y restaurantes de moda”.
Trabajo en nutrición
Los diferentes centros nutricionales del país y hospitales especializados en temas de nutrición trabajan casi a su capacidad máxima. Algunos médicos reconocen que la cantidad de niños atendidos en los últimos meses se ha incrementado. Sin embargo, en Camotán y Jocotán, Chiquimula, el número se ha mantenido.
Verónica Álvarez, médica del Centro Nutricional Santa Elizabeth, Rabinal, Baja Verapaz, informó que ha habido un repunte de casos en las últimas semanas. Ese centro ha recibido 58 casos este año, 13 severos y 12 moderados, entre otros. La mayoría proviene de Purulhá, Rabinal y Salamá.
La religiosa Gregoria Balcárcel lamentó la muerte de dos niñas por desnutrición en los últimos días. Una, a la que solo recuerdan con el nombre de Anita, fue enviada al hospital de referencia en Cuilapa, Santa Rosa, pero falleció debido a su estado crítico. La semana recién pasada murió otra niña por la misma causa.
En Zacapa, la religiosa Edna Hernández, del Centro de Recuperación Nutricional San José de Teculután, explicó que durante el año este lugar ha recibido 60 niños con desnutrición.
“En las últimas semanas se han incrementado las consultas de pacientes de varios sitios, debido a la escasez de alimentos básicos, por la sequía”, añadió.
Con baja talla
Juan Gabriel Aldana, 5, se recupera de una desnutrición crítica en el Centro Nutricional de la Fundación Castillo Córdova, La Unión, Zacapa. El niño es uno de 11 hermanos, cuya familia reside en aldea El Aguacate, Los Amates, Izabal.
Su padre lo llevó a este centro el 4 de agosto, luego de que una desnutrición crónica le inflamó el abdomen y lo dejó con las extremidades débiles por la falta de masa muscular. A la fecha, Juan Gabriel ha ganado un poco de peso y se recupera con otros 15 niños.
Este es uno de los 275 casos de desnutrición que ha atendido esa fundación en lo que va del 2009, explicó el médico Jacobo Jiménez, afincado en La Unión.
El facultativo añadió que la sequía y la consecuente pérdida de cosechas, unido a las enfermedades diarreicas y de parásitos y la extrema pobreza, han impedido que las familias tengan acceso a alimentos, lo que ha influido en el aumento de casos.
En el Hospital Nacional de Cuilapa, Santa Rosa —centro de referencia para la desnutrición en el suroriente—, el jefe de Pediatría, Selvín Gonón, declaró que han recibido niños de varios lugares del país, aunque en la actualidad solo atienden cinco casos.
Explicó que ese centro atiende las dos clases de desnutrición que más afectan a la infancia. La conocida como marasmo —que consume la masa muscular y reservas de grasa corporal— y la de Kwashiorkor —que acumula agua en los tejidos—. En este caso los niños aparentan estar gordos, cuando en realidad están desnutridos.
Casos se mantienen
Los centros de Salud de Camotán y Jocotán, que en el 2001 fueron el centro de atención público por la muerte de más de 40 niños, reportan que en la actualidad se mantiene el promedio de casos.
En el dispensario Bethania, de Jocotán, este año han atendido a 38 niños por desnutrición crítica, y 89 padecen la enfermedad moderada.
El pronóstico coincide con el que describió el médico del Centro de Salud de Camotán, Édgar Vanegas. Según él, en el 2010 se verán los efectos de los daños en la cosecha.